Él encendió un cigarro. Tabaco negro. Ella lo odiaba. A esas alturas, ya a ambos. Puede que a los tres. Cigarrillo, hombre y mujer compartiendo la misma cama. Inspirando y espirando el mismo humo rancio.
- ¿Quieres uno?
- ¿Sabes de sobra que no fumo?
- Vaya carácter. ¿No te ha gustado?
- ¿Acaso importa?
- Claro. Tú me importas.
Sabía que mentía. Siempre lo hacía. Sólo quería sexo. Y ella sólo quería no sentirse sola. Pero conseguía lo contrario. Verse como un cuervo en un cable de alta tensión. Deseando morir electrocutada.
- Me voy.
- ¿Tan pronto? Mi mujer no vuelve hasta mañana por la noche. Puedes dormir aquí.
- No.
- Bueno... ¿Cuándo volveré a verte?
- Nunca. Se ha acabado.
- ¿Qué? Nada de eso. Me necesitas. Volverás a llamarme.
Se vistió decidida. Recogió su móvil de encima de la mesilla y se colgó el bolso del hombro. Se fue sin mirar atrás. Sin decir adiós.
Él tenía razón. Volvió a llamarle. Pero sólo una vez más. Y esa vez todo fue distinto.
"Si miras durante mucho tiempo el abismo,
el abismo acabará mirando
dentro de ti."
Friedrich W. Nietzsche.
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