jueves, 24 de marzo de 2011

De té, lluvia y castillos.

Es contradictoria la sensación de dejar que el día pase. Y necesaria. Cuando el té se enfría dentro de la taza, basta con calentarlo de nuevo, pero ya no sabe igual. Se ha marchitado.

Llueve con desgana, pero los labios se me secan. Este aire todavía no me tolera. Tengo un cariño especial a las gotas finas que te calan hasta el tuétano, se cuelan por las costuras de los abrigos, traspasan el caucho del calzado y mantienen los dedos de los pies, indecisos, en constante comunicación con el cerebro. Frío-calor-humedad. Parece que van conmigo a todas partes. Es un alivio.

Resulta sórdida la belleza de los castillos. Belleza germinada a base de la progresiva muerte de su utilidad. Tiene que ser soberanamente frustrante pasar de ser amo y señor de una vasta porción de tierra, residencia de nobles y cobijo de arqueros y tiradores a albergar visitas guiadas y miradas vacías de turistas con resaca de sol y playa. Y su venganza es cruel. Cuando un visitante se acerca a ellos con interés y se deja abrumar por su imponente porte, se yergue poderoso y hermoso. Pero sólo hasta cierta distancia. A medida que el forastero se adentra entre las viviendas que suelen crecer a su alrededor como malas hierbas a la sombra de un roble, el castillo multiplica su dimensión hasta que, una vez junto a sus poderosos muros, es imposible contemplar belleza alguna. Sólo se puede sentir. Sólo pretender. Sólo apoyarse en la piedra, y sentirse castillo. O elegir el idioma de la visita.





En el tocadiscos:
John Butler Trio  -  Ocean

2 comentarios :

  1. "Cuando el té se enfría dentro de la taza, basta con calentarlo de nuevo, pero ya no sabe igual."

    Bastó acabar de leer aquí. (Es que del resto no entendí mucho.:)

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  2. Puede que todas las grandes paradojas de la vida se resuman en estas líneas. Es posible que el dolor de la lluvia resulte más soportable si produce una obra de arte como ésta.

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