Mil ojos con sed de todo
bañaron esas caderas
que habitaban las fronteras
del casi no y el ni modo.
"Yo mando aquí" era su apodo
y sabía hacerle honor
gota a gota de un sudor
sólido, zumo de placer;
acre aroma de saber
lo efímero de su flor.
¡Quién fuera yema de dedo
de mano de pianista
para explorar cada arista
o curva en su cuerpo quedo!
¡Quién se viera en el enredo
de ahogarse en su pelo amable,
de contarle lo insoñable
a la hora de la cena!
Ay, ya amaneció. Qué pena...
imaginar no es rentable.
En el tocadiscos:
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