Es tarde, aunque no más que de costumbre. Mañana, luego, tengo examen. En estos casos mis pensamientos fluyen, fluyen y fluyen. Desbocados, insostenibles, frenéticos. Sonrápidosenlamismamedidaqueinconexoseilógicos. Amortajan cualquier gesto provechoso. Deshacen y desechan cualquier atisbo de eficacia. Paradise y Moriarty me miran desde la mesilla con un gesto de complaciente preocupación. La cafeína hace su trabajo con desgana. Pero no es la fuente. Ésa está un poco más profunda. Los espejos -no hay ninguno en esta habitación- me insultan con efímeras vomitonas. Imagino a Jodorowsky gritándome que meta la mano en mi bolsillo y acaricie el filete de hígado de ternera que guardo envuelto en papel de plata. Que note su textura. Que me deje arrastrar. Y que tense los músculos de las piernas para resistir el aterrizaje en la realidad. No sirve. Se rompieron. Me agarro a las manecillas del reloj. Y me arrastran en su viciado bucle. Giran en dos dimensiones mientras trato de sobrevivir en la tercera, pero son implacables. Tirotean obstinada y concienzudamente cada suspiro de la cuarta. Esos instantes no sangran. No se desploman. Simplemente desaparecen en un chasquido sordo. Art Blakey nunca tocó en tan sórdido escenario. Las persianas dan la espalda vigilando que nadie ni nada me salve. Cometí, cometo errores; y ahora esto es lo que tengo.
En el tocadiscos:
Hablando de cuartas dimensiones.... recomendable ver Hypercube
ResponderEliminarPues si de cada pensamiento nace un texto así, bienvenido sea el fracaso escolar (o universitario). De todas formas, suerte para ese examen.
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