miércoles, 30 de noviembre de 2011

Rodamos.

Avanzamos en círculos. Estudiamos. Aprendemos de lo que fuimos para saber lo que seremos. Caminamos peregrinamente de casa al trabajo y viceversa. Separamos el tiempo en años y éstos en días. Seguimos discretizando el continuo hasta la saciedad, para así poder cuadricular nuestras actividades en busca de un hábito útil. Marcamos el espacio con líneas y limitamos su traspaso. Dividimos la tierra en parcelas y construímos casas que llenamos de muebles para crear un nido en el que dormir y disfrutar el tiempo que no estamos trabajando. Pagamos con dinero. Cobramos en dinero. Contamos monedas y billetes que cambiamos por lotes de productos para consumir preferentemente antes de la fecha indicada o por tiempo libre. Compramos libertad. Privatizamos espacio para llenarlo de nada. Viajamos buscando experiencias que enriquezcan nuestra triste existencia. Leemos para vivir otras vidas y sentirnos otras personas. Acampamos creando familias que enfrascamos en el mismo bucle, repitiendo el patrón que nos define. Buscamos extravagancias para aflojar el corsé y no encontramos más que nuevas pautas. Dependemos de mecanismos que no entendemos, porque hemos creado un mundo que nos devora sin comprendernos. Tratamos de pensar, presumimos de crear, pero sólo repetimos. Profesamos creencias para disfrazar la tara que cada uno ocultamos. Comerciamos alimentando una máquina que sustenta algo que no existe. Informamos de suecesos y somos solidarios. Hacemos girar la rueda y rechazamos a los que bajan de ella. Somos mayoría.






En el cinexín:

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