Te aprendí aquellas mañanas de invierno y chubasquero, con el agua empapando mi calzado. Solías observarme a escondidas desde la marquesina donde nadie se resguardaba o allá donde las hojas marrones no hacían ruido al andar. Por aquel entonces tú eras más alegre que ahora y yo todavía tenía autobuses por perder. Recuerdo con cariño los bocadillos de chocolate antes de ir a clase de inglés, las mentiras que nunca supe contar y la noche fría, negra. Mi hermana me daba consejos que yo escuchaba con mucho interés y otro tanto de indolencia, pero al volver a casa las golondrinas retornaban a mi garganta. Y a la hora de dormir apuesto a que eras tú la que hacía crujir la madera bajo mi cama. Después un silencio ensordecedor.
Un mosquito.
La sábana torcida.
Se enderezaba y media vuelta.
Por fin, las rendijas se rendían ante un despertar certero como las sonrisas de las embarazadas. Y tú. Tú aguardabas en algún lugar donde yo no podía verte, con las legañas que dejan los sueños infinitos.
En el tocadiscos:
Bill Evans & Jim Hall - Darn that Dream
Los sueños de invierno siempre hielan el corazón.
ResponderEliminarQue bien escribes :) transmites mucho, si si, me ha gustado xD
ResponderEliminarNos leemos!