Volverá a dejar morir una semana en ese día con nombre de tenor. Llamarán las teclas a sus dedos con la premura del placer instigado por el deber que acecha. Quedará deshilachada a sus pies esa esencia dolorosamente castiza en comidas familiares, en sobremesas familiares, en planes familiares (o no) de algunos y renuncios de otros. Germinarán viejos prejuicios y nuevos insultos como aves fénix de cera y como polluelos con dientes.
Nada cambiará. Porque los ciegos seguirán sin querer ver, y él -que creerá ver- querrá no hacerlo.
Nada cambiará. Porque seguirá equivocando los tiempos verbales y las personas. Porque se seguirá equivocando con las personas.
En el tocadiscos: Quién sabe lo que sonará...
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