viernes, 15 de julio de 2011

Algo sobre archivadores y grillos.

Están en la estantería los archivadores alineados con obediencia, con su gracioso agujero circular que sirve para jalarlos, extrayéndolos de su curiosa caja o funda. Casi no se mueven. Debajo de ellos, yacen apilados unos mil doscientos folios ya usados, pero sólo por una cara, esperando ser ensuciados por la otra. Seguramente en algún momento estuvieron en un archivador, como si su contenido tuviera valor. ¿Hay alguna diferencia entre la información contenida en los archivadores, colocada en vertical, atravesada por alambres y oprimida por una suerte de pinza y la amontonada con las hojas en horizontal sin orden ni sujeción alguna?

Llega de la calle el ruido de los grillos nocturnos, o cigarras, o comoquiera que se llamen esos animales que emiten un sonido repetitivo y discontinuo en las noches cálidas de verano. Aparte de eso, sólo se oye la televisión del piso de abajo. Y de cuándo en cuando, algún coche subiendo la carretera de La Montaña. Alguien que se ha equivocado. Todo indica que hace buena noche. Todo indica que mañana cambiará el tiempo. Debería estar tomando el aire o viendo la televisión. ¿Habría alguna diferencia entre mi yo de mañana si en vez de estar aquí, estuviera ahí abajo o allá fuera? Y de haberla, ¿sería preocupante para mi yo futuro?

Cuando arrugue el papel de la estantería o sea desterrado a un rincón olvidado o se queme la casa, igual dará la información que contenga. Igual dará la posición en que se almacenó. Igual dará quién lo escribió y quién lo leyó. Si muero esta noche, igual le dará a mi yo futuro las decisión que haya tomado hoy. Que haya tomado siempre. O nunca. Pero no estaré mal, porque tendré los archivadores y los folios apilados y al animal que hace ruido fuera y el sonido de la televisión. Y algunas cosas más, porque ¿acaso todas las cosas importantes se pueden guardar o escuchar?






En el tocadiscos:

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