viernes, 1 de octubre de 2010

Un vuelo más.

19:42 Paso el control de seguridad. Bien mis chapas, bien el DNI que llevaba en el bolsillo trasero de los vaqueros hacen pitar el arco. Mientras todo el mundo se descalza, yo paso con mis botas de montaña y con algunas leves caricias bajo mis axilas y en mis caderas del hombre vestido de verde.

19:49 Llego a la puerta número 10, correspondiente al vuelo de Rayaner número 5588 con destino Santander. Como de costumbre, la cola es de unos 20 metros. El embarque está previsto para las 20:00. El despegue para las 20:25. Me siento y espero leyendo un rato.

20:03 La cola comienza a moverse. No veo el final, pero supongo que ha duplicado su tamaño. Continúo inmerso en mi libro.

20:16 Me incorporo a la cola cuando está compuesta por tan solo 3 individuos. Como es habitual, mi tarjeta de embarque es la última del avión en ser comprobada. No es que me tengan manía, es que siempre espero sentado hasta el final para pasar.

20:20 Entro casi a empujones en el sucedáneo de autobús que nos llevará al aeroplano. La puerta cierra por poco.

20:26 Por la maravillosa ley de la física que hace que dos cuerpos no puedan ocupar un mismo espacio al mismo tiempo, pese a que he sido el último en subir al bus, soy de los primeros del bus en subir al avión.


20:39 Cuando el lío de colocación de equipaje de mano ha terminado y la gente va estando sentada, aparecen dos personas en silla de ruedas que tienen que ser acomodadas. En una dantesca operación estratégica llevada a cabo por una UTE de las azafatas-de-Rayaner con los chicos-de-la-empresa-de-transportistas-de-personas-que-van-en-silla-de-ruedas, se recolocan una serie de viajeros, y todo parece listo para el despegue.

20:45 Una voz con acento portugués (diría que portugués de Brasil) anuncia por una megafonía cuyo volumen atenta contra la salud que hay mucho tráfico en las pistas y que habrá que esperar para partir. Todos sabemos que la falta de previsión de la llegada de la gente con falta de movilidad* ha hecho que perdamos nuestro turno en la pista.
*A partir de ahora llamaré 'inválidos' a estas personas.

21:03 Los altavoces comunican que de momento no hay posibilidad de volar, que esperan poder dar una hora de despegue aproximada en no mucho tiempo.

21:12 Los altavoces dicen, primero en inglés y luego en castellano, que "la ruta aérea está muy ocupada, por lo que el despegue tendrá lugar en un máximo de 40 minutos. Repito: cuatro, cero". Eso sí, también dice que podemos ir al baño y movernos por la cabina. Algunos individuos abuchean. También se oyen quejas a voz en grito. Otros se ríen con ironía. Unos cuantos se levantan y van al servicio o simplemente salen al enormemente amplio pasillo.

21:13 Los altavoces anuncian con un tono de voz todavía más elevado y acelerado, que hay vía libre para salir, que nos demos prisa en colocarnos en nuestros asientos. Ahora la carcajada es casi general. 5 personas de mi zona del avión, incluyéndome a mí, estamos hablando por teléfono. Cada uno cuenta la historia a su manera.

21:16 El avión comienza a moverse. Pocos minutos después despegamos.

21:25** La señora sentada junto a mi, decide conversar conmigo. Tiene un hijo de unos dos años, que todavía no habla del todo bien. Parece simpática, pero no acabo de entender de qué manga se ha sacado que quiero dejar de leer el Diario de Ana Frank para hablar con ella.
**De aquí en adelante las horas son aproximadas, ya que no disponía de referencia temporal exacta.

21:40 La señora le da a su hijo una chocolatina y saca no sé de dónde un juego de hipopótamos que se comen peces. También saca 4 masas de plastilina a las que ella misma da forma de focas y entrega a su niño. Continúa hablando conmigo.

21:55 La señora compra dos botes pequeños de patatas Pringuels. Le ordena al niño que me ofrezca algunas. Me ordena que las acepte.

22:00 La señora compra una lata pequeña de Pepsi. Gracias no sé a qué dios, no me ofrece ni me ordena que beba.

22:10 La señora pide una revista de Ryanair, paradigma de la cultura, y decide comprarle una colonia a su marido. Pide encarecidamente opinión al azafato y le manda traer las muestras de las que disponga. Le pide a su hijo (itero que de unos dos años) que señale en la revista qué colonia quiere para su papá. El niño elige sin dudar. Llegan las muestras. Las pulveriza en sus muñecas. Y se las huele repetidamente. Tanto movimiento de manos me hace extrañarme y mirar. Error por mi parte. Me obliga a oler y dar mi opinión. Acaba comprando la que le da la gana.

22:25 Una niña unos asientos más atrás lleva llorando unos cinco minutos. De repente, el acompañante de una de las señoras inválidas empieza a gritar como un poseso. Le está gritando a la niña (de alrededor de 4 años) o a sus padres o a los tres a la vez o a nadie en concreto. La inválida también grita. Dos azafatas y un azafato tienen que intervenir. La señora de mi lado me mera con cara de resignación, y me cuenta sus aventuras de madre con hijo pequeño que grita y llora.

22:40 Aterrizamos. Por fin. La señora y su hijo salen al pasillo. El niño recibe indicaciones de que me tiene que dar o chocar la mano. Lo hace obediente y sonriendo. Parece bastante más cuerdo que su madre. Un momento después dice en su incipiente español que me quiere dar un beso. Y yo encantado; me gustan los niños. Otro momento después, igual de corto que el anterior, decide que me quiere dar un abrazo. Y esta vez lo expresa en un castellano claro como el agua. Medio avión observa como un muchacho de barba de 24 años que no sabe cómo se ha metido en este jaleo y un niño de unos dos años que no sabe en qué jaleo está metido se funden en un torpe abrazo.

22:50 Piso el suelo de Parayas. Estoy sonriendo.












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