Aquel año el invierno tardó en abandonar Centroeuropa. Supongo que se resistía a dejar de verte sacar el pelo de debajo de la enorme bufanda, una vez que te la habías enrollado con esmero. No me creerás, pero con ese simple ademán desatas un portentoso tornado a tu alrededor. El oído se afina, la nariz inspecciona, la saliva aflora desesperadamente. Y el sol, de una u otra forma, brilla mejor. Pero aquel invierno yo todavía no sabía estas cosas, así que mascaba teorías de latitudes y climas y otras locuras.
Aquel año la primavera fue diferente en Centroeuropa. Supongo que alguien le habría hablado de ti. Los parques tomaron un verde especial y nos abrieron los brazos a todos los que necesitábamos conversación y sonrisas. Y en eso no tienes rival. Tampoco en eso. La verdad es que hubo música, cerveza, juego y tranquilidad. Habrá quien pida más, pero ese no seré yo. Pero aquella primavera sabía que guardaba un as. Sabía que iba a embaucarme.Sin remedio.
Aquel año el verano se derramó sin tiento por Centroeuropa. Supongo que a veces pasa, pero todavía hoy no concibo el modo en que fluyó, salpicó, empapó y caló hasta los tuétanos. A falta de mar, te tuve a ti. Y sólo eché de menos el primero por imaginármelo contigo dentro. Sublime fantasía. Acuérdate, la locura fue tal, que sólo dormíamos en un colchón en el suelo o en un colchón en el techo. Tomábamos té y nos comíamos a besos. Había alguna vez que se ensombrecía nuestro gesto, pero es que aquel verano nos tapó como un toldo invisible -acaso una patina de alegría- que sabíamos que tendría que desaparecer. Llegó la traición del mes nueve. Maldito.
Aquel año el otoño en Centroeuropa fue absurdo, enrabietado como estaba por haberte dejado escapar. Dando la espalda al invierno y a la primavera y al verano.
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