miércoles, 6 de abril de 2011

Círculos.

Animal de costumbres, supongo. Es irónico que hace dieciséis horas estuviera apoyando la testa de mala manera en la palma de la mano para disimular una somnolencia incontrolable y ahora me abrace el insomnio con avidez. Y es irónico porque faltan siete horas escasas para que repita -no hay remedio- las sucesivas cabezadas frente a la pantalla.

Aborrezco madrugar. La luz me golpea, los ojos me arden aliñados con pimienta blanca, los coches me miran mal en la autovía y los deberes se inflan de tedio. Luego todo va pasando. El té de media mañana tiene nombre de arcángel. La horrible circunferencia se va tornando en elipse. Después llega la tarde y su sopor. Los minutos que se expanden inclementes. Y la salida a una libertad condicional a la que le salen ojeras en cada atardecer.

Al menos -hasta la feche- siempre acaba llegando la oscuridad a calmar ánimos. Pero sobre todo, en lo que a mí respecta, a darme alas para asomarme a los rincones que el día anega con su luz. Siempre me he encomendado a la tranquilidad de la noche para disfrazarme a placer. De loco, de encantandor de mujeres -todas ellas guapísimas-, de cantante, de esclavo, de estudiante, de escritor, de pintor, de fotógrafo, de camino, de mar, de zapato, de paraíso, de dios, de luna, de gato, de niño... No he encontrado mejor momento para tratar de encontrarme, cosa imposible, pero que entretiene horrores. Quiebro la elipse, y la enrosco en una espiral casi infinita pero sorprendente.

Y ahora quieren privarme todo eso y condenarme a vivir detrás de unas gafas de sol para cobijarme de los graznidos de la gente. Y cogen la espiral que he ido esculpiendo con cuidado, la tiran al suelo y anudan sus cabos conformando una monstruosa y deforme circunferencia.

Apuro las últimas palabras del lazo.





En el tocadiscos:

2 comentarios :

  1. Durante el día también podemos disfrazarnos. Sobre todo si la luz es muy intensa; el resplandor hace que se vea tan poco como en la oscuridad.

    Y otra cosa, a quien le siente bien madrugar no pertenece a este mundo.

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  2. El insomnio de las aves nocturnas alumbra las obras de arte que iluminan los días de los madrugadores forzosos.

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