No recuerdo bien el color del autobús, pero sí el enorme bigote del conductor. Le rodeaba la boca de modo antinatural, como si fuese parte de un disfraz. Las cejas también eran feas y negrísimas, y los ojos eran claros, cubiertos por dos párpados que parecían de plástico. Por la diminuta boca aparecían a intervalos regulares un puñado de dientes amarillos mordiendo el labio inferior. Le estuve observando un rato mientras hacía cola para entrar. Al repetir tanto ese gesto, se le quedaban restos blancos de saliva en las comisuras de los labios. Sería un tic o algo así. Era repugnante. Cuando compré el billete me habló sin pronunciar, emitiendo sonidos graves y machacados por el tabaco negro y el whisky. Tenía pinta de tener cincuenta y pico tacos, y de que cuando acababa su jornada se emborrachaba y se tiraba a alguna puta de mala manera.
Nunca me han gustado las putas. Me dan asco. Pero no soy quién para obligarlas a dedicarse a otra cosa. Quizá tampoco soy quién para decidir si alguien debe morir o no, pero con 22 años creía que sí. Además, siempre he odiado más los bigotes que las putas.
Sé lo que me vais a preguntar; vais a salirme con toda esa bazofia que viene en los manuales sobre si el paciente distingue entre el bien y el mal. Que si hay remordimiento o arrepentimiento y todas esas glipolleces. Me la suda. Me suda la polla que aquel tío no volviera a respirar. Su mujer me lo estaría agradeciendo todavía hoy si me conociera.
Y no, ni hablar de sadismo y esas chorradas. No disfruté. No me casqué una paja mientras el tío se desangraba. Ni le saqué los ojos ni le di por el culo ni ninguna de esas mierdas de degenerado. Le di matarile porque tenía que hacerlo. Y punto.
Ahora haced vuestro análisis.
En el tocadiscos:
A veces hay que matar, es inevitable. Y totalmente comprensible.
ResponderEliminarDe algún u otro modo todos matamos en nuestras vidas. Y si, por que se tiene que hacer. Lo de los remordimientos lo dejo para cada uno...
Yo quizá si los tuviera.