Se acabó el presupuesto para abrazos
cuando más falta hacían. Vaya ruina
de verbena sin una triste risa
que llevarse a la boca. Hizo estragos
en cada lata de conservas ese
desdén con el que empañaste el cristal
de la ventana. Y cuando ya llorar
no era una opción, te besaste en la frente
y te perdiste de vista. El golpe
de gracia reconfortó como un vaso
de agua hirviendo, como el viento del norte
que entumece cada palabra cuando
no hay más que hablar. Si no encuentras tu nombre,
llámate Nada y deshazte entre tanto.
En el tocadiscos:
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