martes, 15 de febrero de 2011

41 palabras (I).

No hace mucho tiempo tuve una discusión -a cuento de faltas de ortografía, mensajes de texto, escritura en internet, errores al usar el infinitivo como imperativo, eses finales al conjugar los verbos en segunda persona, etcétera- sobre si la única misión que tiene el lenguaje es que nos comuniquemos. Mi postura es rotunda: sí y no.

El propósito es comunicarse, sí, pero no de cualquier manera. La verdad es que me da igual que esto sea cierto o no, es mi postura inamovible. Y ya está. Con todo, me gusta justificar mis opiniones, así que enumeraré palabras "bonitas". Con algo más que su mensaje. No tienen ningún motivo concreto para serlo. Algunas por su sonoridad, otras por su ritmo, otras por el significado o sutil connotación que desprenden, otras no lo sé. Supongo que es obvio por cuáles voy a empezar:


Taburete, libélula, corsetería -me encanta-, peal, desdén, (la) mar -importante el artículo femenino-, buñuelo, calafate -y sus manos-, marmita, miel, gotelé -amarillento-, estraperlo, gamuza, inhóspito, rilar(se), terco -palabra de abuelo-, barritar, tuétano, entretiempo, colodra -siempre con pizarra-, diácono, columbeta, cogorza -con gracia-, (de) soslayo -ajá, te pillé-, retal, esbozo, cabreo, matarife, pasamanería, reloj -esa jota final es sublime-, chalupa, anodino, tecla, devanar(se), droga -¿sí?-, tez, hebilla, maceta, sopesar -qué gráfico-, (des)agravio, locuaz - con el "-cuaz" pronunciado muy rápido-.







En el tocadiscos:

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