A las cinco y media se despide de los compañeros de juego. Vuelve a casa reflexionando sobre cosas sin importancia, intentando evitar pensar en su mujer. Una vez en su habitación, ya sólo ella ocupa su mente. Se asea con cuidado, abre el armario y escoge con detenimiento una de las corbatas lisas para ponerse con su traje. Se cala la boina de cuadros que compraron juntos el primer día que llegaron a la ciudad y va con aire decidido a ocupar su sitio en la parada de autobús.
Como cada día, a la hora exacta, está en la puerta de la residencia. Ella, como siempre, le recibe con sorpresa; no esperaba que viniera.
Se sientan frente a frente. Se miran, él con cariño, ella con extrañeza. Y conversan con un tono de obligación. Poco a poco los temas van fluyendo, sin mucho sentido, y, de repente, algo hace saltar la chispa del mal humor. "Otra vez te has olvidado de darme las camisas para que las planche. ¿Cuántas veces te tengo que decir que pareces un pordiosero con esas arrugas? Y dile a tu hijo que a ver cuándo se casa, que qué va a pensar la gente de nosotros". Aunque hace ya dos años que es su nuera la que plancha su ropa, y casi cuatro que fueron juntos a la boda, el viejo asiente: "Sí, no sé dónde tengo la cabeza. Y tranquila, creo que ya se han decidido, sólo les falta fijar la fecha". "Así me gusta, que las cosas sean como deben. Ah, y tenemos que ir pensando en comprar un nuevo congelador, que este ya no hace más que hielo".
En el tocadiscos:
Tom Waits - You can never hold back spring
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