jueves, 27 de octubre de 2011

Días del viejo Román (I).

Román se acerca a la residencia tres o cuatro veces por semana. Normalmente pasa a eso de las seis y media y se queda hasta la hora de la cena. Dos hora de conversación forzada, alguna caricia de menos y un enorme cúmulo de nostalgia es todo lo que se lleva cuando vuelve.

Desde que vive con su hijo mayor y su nuera, a penas duerme. Se pregunta si hizo bien malvendiendo la vieja casa, la que decían que se le iba a caer encima.

Echando la vista atrás no parece haberlo hecho tan mal. Trabajó cuanto pudo, disfrutó lo que le dejaron y tuvo una familia más o menos feliz. Durante un tiempo todo pareció ir bien, pero ahora algo le dice que la herrumbre que se pega a sus huesos y le impide sonreír no es sólo fruto de la edad. Algo ha fallado.

Cada mañana se levanta de la cama, va al baño y se mira en el espejo. Se escruta cuidadosamente durante varios minutos en busca de la marca del leviatán. En algún sitio espera encontrar el estigma que en su rostro ha tenido que dejar aquella decisión errónea, aquel descuido, lo que quiera que fuera. Pero nunca encuentra nada y acaba afrontando el nuevo día con una mezcla de frustración y cabreo.

Después de desayunar, después de leer el periódico que su hijo le deja siempre encima de la mesa, después de disfrutar de un rato de soledad; comienza a notar como la casa se le cae encima. A pesar de que no es ni por asomo su vieja y querida casa, acepta el agravio con resignación. Se dice que debería salir al bar un rato. Charlar de política o de cómo fueron aquellos años. Pero pronto desecha la idea y acaba limitándose a esperar a que lleguen las seis y media de la tarde.



En el tocadiscos:
Las Pastillas del Abuelo - Viejo

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