La misma cosa no se hace igual dos veces. Es necesario, de vez en cuando, cambiar la manera de mirar ahí fuera. Ir a otra playa. Poner otro fondo de pantalla en el ordenador. Darle la vuelta a la almohada.
Soy un incondicional de las rutinas, maniático a veces. Pero cuando el calorcillo que irradia el día a día se hace denso y pestilente no queda más remedio que carraspear, rascarse la cabeza enredando un poco el pelo y apretar los dientes.
En España hace ya tiempo que el agua está estancada. No puedo imaginar nada mejor para mosquitos, sanguijuelas, mules y demás fauna parásito-carroñera, pero quisiera pensar que soy una suerte de salmónido o una anguila, llegado el caso. Me escurro pues, con una sensación contradictoria de rabia, ilusión, lástima y emoción. De fondo resuenan ecos de "no hay más remedio*", "nos lo hemos buscado", "no es malo" y otras cantinelas habituales ya en el hilo musical del pantano.
Al este del edén comentan a veces que el que cree que en España se vive bien es porque nunca ha salido. Razón no les falta. Somos inigualables mirándonos el ombligo, pero en los últimos años la panza ya casi ni nos deja verlo. No puedo negar que siento cierta debilidad por el romanticismo de la soledad, las paredes con gotelé, las sandalias con calcetines, viajar en tren, leer libros en bancos junto al lago, el desamparo de no entender lo que te dicen, la lluvia pegada al vídrio, la moqueta no demasiado sucia, las puntillas de adorno y la comida con mucha salsa. Al igual que pocos pueden aborrecer el trabajar sin intromisiones, la puntualidad, los buenos modales, la cerveza de calidad, las flores y periódicos para coger uno mismo y pagar en una cajita, acabar la jornada a las cuatro y media y que se le trate a uno con respeto.
Por descontado hay que renunciar a ciertas cosas. Algunas leves, como las chicas guapas, los toros y la siesta; otras no tanto, como los días grises en la playa, los buenos amigos y la comida de una madre. Pero las nubes y las montañas van casi siempre de la mano y, mientras unas se mueven, las otras permanecen desafiando al entendimiento.
¿Es la voluntad maleable como las nubes o perdurable como las montañas?
*Nótese la fecha del artículo.
En el tocadiscos:
Violeta Parra - Run Run se fue p'al Norte
En realidad, la pega es que renuncias a muchas más cosas...
ResponderEliminarY en España, la gente de aquí que no ha salido, también sabe que aquí no se vive bien, aunque se vivió.
Aquí ni se vive ni se ha vivido bien. Sólo se come y se bebe bien y ahora que no habrá dinero, ni eso podremos hacer.
ResponderEliminarHace unos años, cuando aún creía mínimamente en este país, pensaba que cuando las cosas se ponían difíciles, había que aguantar y arrimar el hombro para cambiarlas. Ahora, con el hombro partido y sin fuerzas, creo que hay que dejar que este país se hunda y huir antes de que nos ahoguemos, que España no tiene solución y que quienes piensan lo contrario son unos ilusos. Y, sin embargo, me quedo. Supongo que por la familia o, quizá, para ver cómo termina de hundirse lo poco por lo que había luchado.