viernes, 3 de febrero de 2012

Algunas vidas (I).

La lluvia había cesado, pero sus pies seguían encharcados. Cada vez estaba más convencido de que nunca se acostumbraría a aquel clima. La humedad no era ningún problema -de hecho, le hacía sentirse cómodo- pero el frío era excesivo. Más insoportables aún eran los horarios. Levantarse cada mañana a las cinco y media aseguraba tener un humor de perros durante todo el día. Un hombre como él, con estudios, con idiomas, proveniente de una familia de clase más baja que media, capaz por tanto de sobrevivir en un mundo de hienas, debería estar mucho más valorado.

Llegó por fin. Sacudió el paraguas y entró en el edificio. Una ola de aire caliente le apartó el pelo, todavía mojado, de la frente. Medio minuto después tuvo que quitarse las gafas, totalmente empañadas. Comenzó el ritual de saludos, sonrisa forzada mediante, interrumpidos a veces por una leve carraspera. Desde que llegó allí, una especie de tos crónica le acompañaba hasta la hora de comer. Ocupó su puesto, en un escritorio grande, con un ordenador de sobremesa, y suspiró en un gesto a medio camino entre de alivio y de resignación. Todavía era noche cerrada y no podía dejar de recordar las mañanas soleadas y alegres de su tierra.





En el tocadiscos:
El Columpio Asesino  -  Floto

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