Rondaba ese viento que todos allí conocen. Ese de los atardeceres de postal que hace lamentar no haber cogido la rebeca. El de los anocheceres que de primavera sólo tienen la fecha. Yo caminaba hacia la estación con la mente puesta en no sé qué mentira y ella se recogía el pelo en busca de alguna claridad recalentada. El timbre sonó y yo no abrí. Para mí valió siempre. Ella estaba de vuelta y con diez euros no da para Moët & Chandon, así que esperamos al tren.
No nos subimos nunca. Y me alegro, porque los trenes se me antojan demasiado certeros y demasiado Frank Yerby. Lo importante es la conversación que medió. Y las palomas cojas que vuelan. Pero siempre quise ser guardagujas.
Antes de que le pidiera un taxi no me besó.
En el tocadiscos:
The foals - 2 trees
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