Sentado en una tumbona por la que ha pagado algo más de diez euros en el Carrefour, mirando a la rectísima línea que dibuja el mar allá a lo lejos mientras sus dos hijas chillan y hacen saltar arena por los aires piensa que ha hecho algo mal.
Nació en el seno de una familia de Madrid de toda la vida, modesta pero sin pasar apuros. Fué a un colegio de curas y se divirtió y aprendió lo normal en los ochenta. Tuvo una adolescencia aceptablemente rebelde. Tonteó con las drogas y fue a la universidad, escogiendo sin un porqué claro la literatura. Seguramente de ahí vienen sus tendencias depresivas y algunos brotes de esquizofrenia que nunca ha comentado con nadie. Se enamoró cuatro veces, sin contar a su novia del instituto. La primera vez poco después de entrar en la facultad, de una rubia flaca y lectora obsesiva de Neruda y Keats. La segunda de una profesora adjunta, con la que el sexo era realmente bueno, que siempre le hablaba de huidas y futuros en países exóticos. Otra de una cajera de supermercado con la que no tenía nada en común, pero con la que todo parecía ir bien; hasta que se enteró de lo del otro. Y por último de su mujer, de la que hace mucho que no es más que marido y amigo ocasional.
Sus dos hijas llenan gran parte de su vida. Y la tranquilidad y los libros ocupan el resto. Pero tiene la amarga sensación de haberse perdido demasiado. Debería haber viajado a oriente. Haberse comprado un barco de vela. Tendría que haber sido infiel y haberse emborrachado con malas compañías hasta llegar a la enfermedad mental o a vivir en la calle.
Nunca se perdonará no haber acabado su novela. Al menos en ella está casi todo lo que falta en su vida.
En el tocadiscos:
Philip Glass - The Hours