Ahí, en la calle, hay un niño
que mira con curiosidad
a la gente sentada en círculos
concéntricos
como las ondas que un día
él mismo
descubrió tirando una piedra al lago.
Mira serio
con cierta vergüenza
la barbilla apoyada en el pecho
la boca a medio cerrar
las manos dos péndulos impacientes
que cuentan respiraciones
los ojos dispersos en mil rincones
de la plaza.
No está seguro de lo que pasa
pero mira y lo sabe importante
porque hay un silencio estrecho y sincero
entre unas personas y otras
mientras alguien habla pausado
grave
casi triste.
Lo sabe importante porque allá
apartados
vigilan esos que castigan
a los que se portan mal.
Ahí hay un niño que mira
y aprende
cómo los adultos juegan a ser adultos
unos corren; otros pillan
unos ríen; otros gritan
unos ganan; otros no.
Dentro de unos años
cuando el niño mire atrás
verá que todo
era absurdo
porque las reglas del juego
no eran iguales para todos,
pero ahora
con todos estos señores y señoras sentados
como fruta que se desprendió de un árbol
y los pájaros volando allá arriba
escogiendo bocado
sólo queda mirar como un niño
y esperar que germine
alguna semilla.
P.S. Este poema es una especie de respuesta a aquellos renglones que escribí hace algo menos de un año.
En el tocadiscos: Nada.
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