martes, 27 de marzo de 2012

Idas y vueltas (o decisiones).

Siempre fui reacio a tomar decisiones en días festivos. Más por mi fobia a decidir que por mi respeto hacia los días festivos. Pero dicen que con el tiempo uno se hace mayor y tiene que hacer cosas que no quiere, como meterse la camisa por dentro del pantalón, dejar de sonreír, fumar puros en bodas y leer en los periódicos la sección de economía. Sinceramente, me aterra pensar que esas cosas lleguen a ser parte de mí.

Cielo santo, ¿cómo voy a sucumbir yo a eso yo, que me rasco la entrepierna en público, que sigo pensando que Lucho es el que corta el bacalao en Luna Lunera, que no tengo zapatos y que todavía beso con miedo?

Pero ¡ay, amigos de veras! ¡ay, enemigos que vendréis! el camino se encarga de ser seguido. Mientras lo piso con la amabilidad de un caballo viejo, trato de pernoctar en estaciones de países lejanos, donde los viajeros cuentan las horas. Allí pienso, abrazado a mi abrigo verde de siempre. Miro mi calzado sucio y decido sin prisa, al tiempo que el ruido de un idioma desconocido me aleja de la realidad, de los agentes de seguridad con los brazos en jarra, de los enfermeros llevándose a un vagabundo inconsciente tras haber vaciado el mundo o una botella de vodka dentro de sí y de todo lo demás.

Luego subo a trenes que cercenan el amanecer inexorables, en busca de andenes abarrotados de almas de hielo que esquivan dudas con la vista fija en algún punto frente a sus frentes. Acepto el aire nuevo sobre mi piel y echo a andar, rápido, para que los alargados músculos tomen temperatura y para que mi mente vuelva, de alguna manera, a ser útil.

Al final sobrevienen los recuerdos, se apilan entre las cuatro esquinas de los ojos al ritmo de vasos chocando y pedaladas sin solución de continuidad. Los verbos que lo gobernaron todo vuelven a parecer adecuados, sea en forma de ilusión o de lo contrario. Y antes de poder darme cuenta, toca regresar.

Las cosas tienen que ser así, repentinas como los dedos de Cleveland Eaton destrozando el espacio entre dos fronteras. Absolutas como los ojos de Audrey Hepburn conteniendo todos los silencios. De otro modo, de un modo fácil, el vuelo de las mariposas sería brusco, los soles al rojo vivo no se entregarían cada tarde al mar y los dientes de una mujer mordiéndose los labios no causarían ninguna catástrofe.



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9 comentarios :

  1. Las únicas decisiones complicadas son aquellas en que las opciones son tremendamente similares, si no lo son, la decisión está tomada de antemano.

    Y si lo son, realmente, ¿importa tanto cual escoger? Tomar decisiones no debería dar miedo.

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    1. La lógica del "si tiene solución: no hay que preocuparse, y si no tiene solución: ¿de qué preocuparse?" es la bandera del optimismo utópcio. ¿Acaso sólo hay blancos y negros? Yo estoy en toda la gama de grises.

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    2. Ha de saber usted, que esa filosofía no tiene nada que ver con el optimismo, sino con el pasotismo, la despreocupación y no comerse demasiado el tarro.

      Que las decisiones sean similares no significan que sean malas. Pueden ser horribles, pero como no hay otras, no hay más remedio que tomarlas.

      Es más fatalista que optimista. Es un aceptalo como viene, que no tiene arreglo, que un me va a ir bien diga lo que diga.

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  2. Creo que desde el primer párrafo tenía claro lo que te iba a escribir aquí. Te aterra que ciertas cosas se pueden colar en tu vida, pero creo que olvidas que eso solo lo decidirás tú.
    Nos hacen creer que las corbatas y los horarios de oficina son inevitables, que llegados a una edad hay que procrear y tener una casa con jardín y perro de raza...
    Existen muchísimas evidencias, por decirlo de manera suave, de que "otra vida es posible", de que no hay que sucumbir a eso. Sí, hará falta valentía y decisión, pero se puede; se puede vivir de otra manera lejos de todo lo manido y todo lo oxidado. Por supuesto que se puede.

    "Y antes de poder darme cuenta, toca regresar".

    No hace falta: quédate en Luxemburgo, Alemania o Vargas. No hace falta ganarse el pan rodeado de 1.000 infelices.

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  3. No hace falta cuando tienes otras opciones.

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  4. el abanico es tan amplio como uno quiera

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  5. El abanico es infinitamente amplio, pero desde luego no tan amplio como uno quiera.

    Es igual lo similares que sean las opciones. Es igual que lo consideres optimismo (da igual lo que elija, irá bien) o pesimismo (da igual lo que elija, irá mal) o estoicismo (da igual lo que elija, lo aceptaré como sea). El problema es que, personalmente, no me da igual. Y el que sea así viene por propia definición en la 'decisión'. No habría problema en no decidir, en que sólo hubiera un camino posible. Pero al hacerlo, toma importancia la inexorabilidad del tiempo, el no poder volver atrás para cambiar la decisión, la absoluta exterminación de todos los posibles futuros provenientes de una decisión diferente.

    http://es.wikipedia.org/wiki/Coste_de_oportunidad

    Huelga decir que otro punto esencial es que saber lo que se quiere facilita mucho el decidir cómo obtenerlo.

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  6. La única decisión equivocada es aceptar el camino que la sociedad ha trazado de antemano para cada individuo. Y no me refiero a que sea un error meterse la camisa por dentro del pantalón, dejar de sonreír, fumar puros en bodas o leer en los periódicos la sección de economía. Es más, ni siquiera es un error hacer todo eso aunque no te apetezca hacerlo. Lo que es un error, algo del todo punto imperdonable, no es crecer, sino dejar de volar cuando cerramos los ojos. Ésa es la única derrota que jamás se puede superar. En ese momento es cuando muere Peter Pan y cuando olvidamos todos los silencios que contienen los ojos de Audrey Hepburn. Ahí es cuando realmente dejamos de existir como individuos y nos convertimos en ovejas que balan al son de la masa. Mientras no se llegue a ese punto hay esperanza y cualquier decisión que se tome nos conducirá a un lugar seguro o, al menos, interesante.

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